Síguemos también en:

Síguemos también en: Seguir a marchabruselas en Twitter Seguir a marchabruselas en facebook Seguir a marchabruselas en tuenti seguir a marchabruselas en youtube seguir a marchabruselas en blog internacional

viernes, 30 de septiembre de 2011

DIARIO DE UN CAMINANTE - DOS MESES ANDANDO

Hace unos años quedé con unos amigos en Galicia para recorrer dos etapas del Camino de Santiago y marchar después al festival de música celta de Ortigueira. Me presenté yo muy ufano con mi macuto, que a la sazón estaba preparado más para el festival que para el Camino y contenía, además de saco, esterilla y ropa, un camping-gas, cacharros varios de cocina y no sé cuántas tonterías más. O sea, que pesaba quintal y medio. Anduve al día siguiente los catorce kilómetros que marcaba la etapa, y al siguiente, sin complejos, dije que los veinte que tocaban los iba a andar su prima, y que yo me iba en autobús. Y así lo hice.

Ya imaginarán, con este precedente, que cuando me apunté a la presente aventura no tenía yo nada claro que mi físico, que honestamente no es gran cosa, fuese a responder al desafío que se le planteaba. La verdad desnuda es que vine aquí eludiendo, conscientemente, la pregunta fundamental: ¿podrían mis lamentables sesenta y cinco kilos -tal vez menos después de dos meses de Revolución- aguantar dos meses y medio de caminata y llegar vivos hasta Bruselas?

El asfalto no es la montaña. Es duro y uniforme y eso te machaca, especialmente, los gemelos y las artculaciones. Y más si vas calzado con pesadas botas o zapatillas de senderismo. La carretera está, además, flanqueada por regueros de grava que, si no llevas ese tipo de calzado, se clava como dientes en la planta de tus pies. Las carreteras, además, presentan casi siempre un corte convexo que te obliga a caminar con el pie derecho a mayor altura que el izquierdo, lo cual ataca las caderas y la espalda. A veces la curva es tan pronunciada que, periódicamente, tienes que cruzar la carretera para que la desviación opuesta corrija un poco las molestias, lo que por puro instinto pienso que no debe de ser tampoco lo que se dice una gran solución.

Los días soleados, además, el asfalto está caliente, y recuerdo a los lectores que nuestra marcha se inició el veintiséis de Julio, y que durante la mayor parte del trayecto español las etapas transcurrían en autovías junto a las cuales es difícil encontrar un triste árbol. Es llamativo, por ejemplo, el hecho de que desde que cruzamos la frontera, con temperaturas más bajas y fuera de las autovías, el desgaste de las suelas de mis zapatillas se ha reducido notablemente, y al final parece que, aunque sea por los pelos, las pobrecillas van a aguantar hasta el final.

Llevo más de dos meses de ruta y me encuentro cinco jornadas al norte de París, y a las puertas de Bélgica. Como medio en condiciones dos veces al día, y si antes era flaco ahora estoy literalmente en los huesos. Y además, la verdad, huelo a choto. Aparte de que no puedo cambiarme de ropa demasiado a menudo, me ducho aproximadamente una vez a la semana y una capa de sal, subproducto del sudor, recubre permanentemente mi piel tostada.

Tema aparte son mis piernas, claro: al salir de la tienda por la mañana, y hasta que las bisagras se me calientan un poco, camino como un pingüino, y la situación se repite, a cualquier hora del día, cada vez que me siento más de cinco minutos. Y por la noche es peor, porque con el desgaste acumulado a lo largo del día y tras las largas asambleas en el suelo, o los ratos pasados ante el ordenador, las juntas ya no terminan de engrasarse y me muevo, sin exagerar, como un anciano de ochenta años. Estoy hecho mierda.

Sin embargo, camino cada día, llueva o haga sol, llevando a la espalda una mochila que contiene un ordenador portátil con su cargador, un impermeable enorme de plástico grueso, una chaqueta, una botella de agua, unas zapatillas impermeables y algunas menudencias más, y voy sobrado por si durante la ruta se presenta la necesidad de cargar con alguna otra cosa. Soy capaz de andar tan lento como los más lentos, y tan rápido como Ladix, miembro indiscutible de la élite de los más rápidos. A estas alturas ya nunca me planteo si puedo andar o no, y podría escuchar las palabras "hoy tocan cincuenta kilómetros" sin arquear una ceja.

Ahora soy de cuero.

2 comentarios: